Nacido en 1999, como iniciativa de los países centrales del Grupo de los 7 (actualmente G-8, con la inclusión de Rusia), para dar voz a países emergentes asimétricamente representados en los organismos financieros internacionales, el G-20 se reúne en Londres con objetivos aparentemente acotados a enfrentar la crisis global financiera mediante estrategias compartidas entre países industrializados y emergentes. Esta cumbre de 19 presidentes, más la Unión Europea, de los heterogéneos países que conforman al G-20, da continuidad a las discusiones lanzadas en Washington, en noviembre de 2008, por iniciativa de los presidentes Bush y Sarkosy, con el objetivo de buscar una respuesta a la crisis financiera mundial, que tuvo su epicentro en Estados Unidos. Barack Obama protagoniza el seguimiento de esos acuerdos, pero en un contexto político en el que se cuestiona al modelo neoliberal, sin que haya claridad respecto de quién paga la crisis y sin encontrarle soluciones estructurales.
El trasfondo político de esta cumbre es la crisis del modelo de gestión capitalista y la búsqueda de alternativas de salida a la gigantesca crisis originada en la premiación al capital especulativo, el comercio y la inversión liberalizados sin contrapesos que los regulen. Aunque el debate sobre la “racionalidad” económica mundial es central, no lo es menos la palanca política que conduce al modelo de gestión dominante. Con el regreso del enfoque estadocéntrico, se afinaron los rescates bancarios y de empresas golpeadas por sus propias reglas del mercado, los cuales se impusieron como medio para socializar las perdidas y seguir privatizando las ganancias. Así, tanto al norte como al sur, los recursos públicos aportados al erario de los países se convierten en la fuente de pago de ineficiencias y contradicciones del modelo económico dominante.
Parte del trasfondo político del G-20 es, entonces, diseñar nuevas maneras de privatizar la potencia pública. Sin embargo, esta cumbre evidencia la caducidad de las instituciones financieras internacionales que siguen aferradas a la ortodoxia monetarista y al discurso de lograr estabilidad macroeconómica a toda costa, aunque ésta se reduzca a la dimensión financiera, sin aceptar su fracaso en términos del crecimiento económico incumplido, del desempleo, la desprotección social y la depredación ambiental generada. Sin instituciones internacionales capaces de discutir y acordar nuevos modos de regulación de la crisis, desprovistos de formatos de gobernanza mundial, los países centrales apelan a los países emergentes como motores dinamizadores de la economía. Pero el llamado a afrontar la crisis tiene trasfondos políticos heterogéneos que suscitan amplios cuestionamientos sociales.
México ¿economía emergente? es representativo del apego a la ortodoxia neoliberal. El aumento de divisas para sus reservas federales mediante la apertura de una línea de crédito del Fondo Monetario Internacional y otros créditos abiertos por el Presidente Calderón en su actual gira por Europa, significa supuestamente mayor credibilidad y confianza para atraer la inversión extranjera y fortalecer el modelo orientado a la exportación. El blindaje financiero logrado, unos 140 mil millónes de dólares, buscan dar confianza y reevaluar el tipo de cambio, pero el país decrecerá entre un 2 y un 4 por ciento en 2009, con mayor desempleo y pobreza. Obama, representa otro trasfondo político: el de una salida socialdemócrata de la crisis; lo que propone la Cumbre Progresista, también fundada en 1999 por Bill Clinton y Anthony Blair. La racionalización de los rescates financieros con transparencia y una ética contraria al despilfarro y la impunidad de los paraísos bursátiles y financieros, permitiría compartir la prosperidad, evitar estallidos sociales y situar a “la gente primero”, retórica socialdemócrata, planteada también por el movimiento altermundista pero desde el trasfondo político de la participación ciudadana, como condición ineludible de respuestas apropiadas a la crisis global.
viernes, 3 de abril de 2009
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