Del 31 de agosto al 4 de septiembre pasado, se llevó a cabo el XXVII Congreso de la Asociación Latinoamericana de Sociología (ALAS). La convocatoria de unos 5 mil participantes de la mayor parte de los países de la región, la más amplia de su historia, vino a romper una suerte de estigma que había impedido la realización de congresos de ALAS en Argentina, desde que hace 58 años se realizara el primero de ellos en Buenos Aires, en 1951. La decana organización de sociólogos de América Latina, se reencontró con su historia, en la continuidad de las discusiones con que nació, pues hay disyuntivas y paradojas del pensamiento social que permanecen, pero sobre todo se encontró ante el desafío de dar sentido a su historia con un horizonte de sentido social transformador.
En su devenir, esta asociación ha enfrentado permanentemente el dilema entre institucionalizarse para reafirmar y potenciar sus logros, dentro de una cierta estabilidad que garantice mayor organicidad y eficacia en su incidencia sobre la transformación social, y por otra parte, la de mantenerse como un espacio de convergencia con mayor flexibilidad y adaptabilidad frente a las incertidumbres de nuestra cambiante realidad social. La ALAS se divide permanentemente entre optar exclusivamente por una comunidad científica y gremial formada entre pares, o constituirse en un movimiento social intelectual, pero parte de su originalidad se reconoce en afrontar creativamente este dilema, haciendo actividades en ambos sentidos. Hay un desgarre original en esta Asociación que lo explica, pues desde los 50 se debaten los límites entre una “filosofía social” más preocupada por el modelo interpretativo y una visión más apegada al dato fruto de la investigación sobre el terreno. Unos eran los sociólogos de Cátedra y otros eran los “hechólogos”.
Durante los últimos diez años, ALAS se ha decantado al optar por convertirse en un movimiento intelectual permanente, que no existe solamente en el momento de los congresos, pero que impulsa el debate teórico y metodológico implicado en el pensamiento crítico de manera sistemática, entre su comunidad científica y su organización gremial y particularmente universitaria. Sociólogos y científicos sociales, de ambos géneros, encuentran cada vez más limitado su mercado de trabajo y enfrentan además la paradoja de su interpretación crítica de la realidad social, opuesta a la imposición de criterios mercantiles o de utilitarismo político de sus conocimientos.
Pero, ante la complejidad de las sociedades latinoamericanas, hoy tan visible en el amplio campo que tenemos para criticar, el sociólogo portugués Boaventura de Sousa nos ofrece su visión sobre la teoría crítica como “aquella que no reduce «la realidad» a lo que existe. La realidad, como quiera que se la conciba, es considerada por la teoría crítica como un campo de posibilidades, siendo precisamente la tarea de la teoría crítica definir y ponderar el grado de variación que existe más allá de lo empíricamente dado. El análisis crítico de lo que existe reposa sobre el presupuesto de que los hechos de la realidad no agotan las posibilidades de la existencia, y que, por lo tanto, también hay alternativas capaces de superar aquello que resulta criticable en lo que existe.”
Durante estas cuatro últimas décadas, la sociología y las ciencias sociales buscan nuevos paradigmas acordes con desafíos de transformación y recuperación social. Desde nuestra región, se participa en discusiones mundiales y formulación de teorías de la acción social, adecuadas a nuestro entorno local y nacional, que penetren el entramado cultural, axiológico y científico de las ciencias sociales, alejadas del empirismo y el pragmatismo dominante en las ciencias anglo-euro-sajonas. Ni hechólogos fascinados con el dato, ni intérpretes aislados del actor social, sino pensadores/as críticos.
viernes, 18 de septiembre de 2009
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