Vaya que es enigmático el pueblo estadounidense. Volcado preferentemente hacia lo doméstico, su potencia la debe a la fuerza lograda internacionalmente. Octavio Paz señaló certeramente que Estados Unidos es al mismo tiempo un imperio y una democracia, una paradoja que sigue marcando el destino de esa nación. El próximo 20 de enero Barack Obama asume la presidencia de una potencia que sigue sin resolver esos dilemas. Su apuesta doctrinaria para relacionarse con el mundo, recurre a los principios del Demócrata Franklin D. Roosevelt: el New Deal, o nuevo trato internacional, con énfasis en una diplomacia proactiva en búsqueda de mayor legitimidad. Sin embargo, el contexto de crisis financiera internacional y de cuestionamientos severos a la hegemonía mundial estadounidense, no asegura que las libertades rooseveltianas contra el miedo, las carencias, la inseguridad, puedan lograrse mediante una mera reorientación diplomática; el ingrediente militar sigue determinando la política exterior.
En su campaña electoral, Obama recurrió al ideólogo por excelencia de la necesaria combinación de los poderes duros, militares, y los poderes suaves, diplomáticos (hard y soft power), para el mantenimiento de la hegemonía. Ser respetado y temido; aceptar y desear la conducción del hegemón requiere, según Joseph Nye, una sutil mezcla entre ambos poderes para hacer eficaz la obtención de legitimidad. Obama introdujo los principios de Nye en su plataforma electoral y se propuso enfatizar lo que llamó el poder suave inteligente (smart-soft power), como estrategia para obtener legitimidad, sin descartar el uso de la fuerza como último recurso. Hillary Clinton expresó esa idea en la audiencia frente al Senado para buscar su confirmación como Secretaria de Estado del nuevo gobierno, al decir: queremos más socios y menos adversarios.
Privilegiar este poder suave inteligente, provocará sin duda cambios importantes en la política exterior de la potencia norteamericana; la señora Clinton anunció en esa comparecencia que buscará negociaciones de paz en Medio Oriente, reconociendo tanto la necesaria seguridad de Israel, como las legítimas aspiraciones económicas, políticas y sociales de los palestinos; se buscará también un “fin responsable” de la guerra en Irak y, simultáneamente, nuevas estrategias en Afganistán y Pakistán, focalizadas en el combate contra Al Qaeda. Pero esa política exterior aparentemente progresista está atravesada por el poder, ni tan inteligente, ni tan suave, el exacerbado poder del mercado. El cual se trasluce en el equipo de campaña y los funcionarios del nuevo poder ejecutivo estadounidense, donde la herencia de integrantes del equipo de Bill Clinton, aunada a las alianzas de Obama con los poderes fácticos mediáticos y financieros, ya expresa una fuerte presencia del complejo industrial-militar.
Esos intereses crearon una diplomacia de guerra y negocios, que será imposible erradicar. Máxime que Estados Unidos enfrenta la gestión de la crisis financiera, suma de la irracionalidad especulativa y el altísimo costo de la guerra de Irak, que representa más de siete billones de dólares. ¿Quién financiará ese déficit acumulado? Los impuestos, principal fuente financiadora, no podrán aumentar su contribución por motivos electorales; la inversión extranjera directa en Estados Unidos será decisiva. Aumentar intercambios con socios comerciales será otro camino, pero no mediante tratados de libre comercio, pues el neoproteccionismo demócrata exige mayor rigor en tratos laborales y ambientales. Aumentar productividad y exportaciones será la punta de lanza del poder “suave inteligente” del mercado. Un poder que idiotamente se llevará entre las patas a un Tratado de Libre Comercio de América del Norte, cuya renegociación con agenda propia no fue prevista por el gobierno mexicano. Debilidad que lamentablemente aleja un pacto migratorio justo y equitativo, sumergiéndonos en los poderes duros del combate al narcotráfico en nuestras relaciones con ese Estados Unidos del poder suave inteligente.
viernes, 16 de enero de 2009
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