viernes, 3 de junio de 2011

ESCENARIOS PREELECTORALES

Sigue siendo un problema la precocidad del proceso electoral en todos los puestos por los que se compite, pero destacan las elecciones presidenciales por deteriorar nacionalmente el ejercicio democrático de gobierno. Uno de los méritos del redestape de Emilio González, es que evidenció los resortes que actúan sobre el sistema político para el impulso de las aspiraciones personales de los contendientes por la presidencia de la República, donde el protagonismo cobrado por los medios electrónicos del duopolio televisivo es avasallador; desde ahí se certifican candidaturas, se reparten legitimidades fabricadas sobre la existencia que otorga el aparecer en canales televisivos con audiencia nacional, y se da el banderazo para incluir la mercadotecnia como principio rector del proceso electoral. Aunque la reforma política de 2007 prohíbe que partidos y (pre)candidatos compren espacios en los medios electrónicos, prebendas y financiamientos extraídos principalmente del erario, abren los segmentos estelares de cualquier medio electrónico.
La comunicación pública está tan politizada, que los barones de Televisa y de TV Azteca, se aprovechan de esa precocidad nutrida por un sistema político concebido como botín, en el que se gasta bajo una lógica de mercado de futuros para conquistar una candidatura que luego retribuirá con creces lo invertido. Al fin que los señores del poder mediático prenden y apagan el switch que abre contactos entre dinero y política, tanto como entre el televidente consumidor y aquella mercancía electoral que sepa conquistar ya no la voluntad de respaldo individual –difícil de sostener en periodos de incertidumbre y caos-, sino la convicción momentánea para un objetivo inmediato: que el (pre)candidato gane la elección en cuestión porque promete más incluso que cualquier producto milagro. Para ello y por ello el duopolio televisivo se transforma en poder fáctico vestido de gran elector.
Transitar de precandidato a candidato en el contexto mediático, pone en crisis la democracia interna de los partidos, cuyas bases de sustentación se someten a los dictados que les comunican políticos-mercancías. Quien gane su existencia apareciendo en la tele, da pasos decisivos, definitorios, en la competencia electoral. Así, se deterioran los lazos de representación y crecen a la par el desencanto frente al candidato-mercancía, causado por el vacío programático de sus mensajes, y la pasividad a la que condenan medios electrónicos que difunden información, pero cerrados a la réplica y a la participación de sus audiencias. Aparte de López Obrador, quien construye espacios públicos de consulta electoral en todos los municipios del país desde 2006, no hay otros (pre)candidatos que depositen en el electorado su confianza como fuente de legitimación. Aunque la constante que comparten todos los suspirantes, va del divorcio con los movimientos sociales a la falta de una estrategia eficaz para vincularse con ellos.
Tampoco contribuye a la democratización del país el que se hagan elecciones sin reforma política en 2012. Partidos refractarios a perder poder y privilegios tienen en la lona cualquier intento de reforma, máxime cuando se busca empoderar al votante, y tanto el PRI como Acción Nacional, siguen negociando cuotas de poder que encarecen hasta el torpedeo cualquier decisión que disminuya su poderío. El sistema de partidos llegará debilitado en esta era de indignación y desconfianza, contexto que aumentará el abstencionismo y diluirá hasta casi extinguir el voto nulo. Sabedor que ese contexto favorece el voto duro, incondicional, principalmente del PRI, el Presidente Calderón hace intervenir a su gobierno en la contienda electoral. Apoya a sus allegados, luego a su partido, y descalifica a sus adversarios con recursos de Estado. Sobre todo a quienes niegan que México ya no es un país de pobres y a quienes condenan su fallida guerra contra el crimen organizado.

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