viernes, 27 de mayo de 2011

DEMOS PURO, SIN CRATOS PERVERSO

Sociedad sin Estado y superación de la democracia, debido a su inclinación perversa a cosificar al poder, son centrales en las críticas radicales implícitas en las rebeliones contemporáneas de los indignados. Desde las posiciones más visibles en esos movimientos, es un error pensar que el poder redime. La soberanía moderna reside en el pueblo, pero las mediaciones e intermediaciones que impone la organización de un poder público se revierten contra la sociedad. El Estado, máxima expresión de ese poder, es un instrumento de dominación que combina de forma utilitaria el consenso, o el consentimiento de la ciudadanía, con la dominación para ejercer la coerción necesaria para reproducir al capitalismo. Se necesita, de acuerdo con algunos indignados, una reconstrucción social del demos, de manera que cratos, el poder, no sea el que rija la vida en sociedad.
Si la polis antigua generó un modelo de convivencia social para dirimir deliberadamente los conflictos producidos por vivir juntos, su transformación en la Ciudad-Estado revirtió el ejercicio de las libertadas cotidianas y vulneró la libertad para conciliar proyecto de vida individual y colectivo. Así, la civitas como conciencia de ciudadanía libre, se sometió a la polis al crear al Estado como un ente externo cimentado sobre el poder de pocos. A lo largo de la historia, rebeliones, revueltas o revoluciones han dejado sin cumplir la creación y promoción sostenida de formatos autogestionarios fundados en la asamblea y la democracia directa. Un ideal equilibrio entre libertades individuales y colectivas, que sólo se ha producido en momentos conflictivos donde la iniciativa social derrumba al Estado: la Comuna de Paris, la hegemonía de los soviets o momentos críticos en la historia reciente, como los Caracoles zapatistas, las rebeliones árabes o lo que anuncia la rebelión de los indignados en España.
Asistimos sin duda a una revalorización de los principios anarquistas; su fuerza es seductora por su lucha antiinstitucional contra toda forma de poder opresor, y por el reconocimiento del destino irremediable del Estado a convertirse en un ente ingobernable por encima de la voluntad de todos-as. Gobierno tras gobierno ha crecido un poder externo a la sociedad frente a la cual el Estado cumple su rol instrumental del poder dominante y se muestra cada vez más incapaz de obtener el consentimiento social para el gobierno de pocos; el desencanto con las elecciones, cada vez menos creíbles por la abstención mayoritaria en la inmensa mayoría de países y localidades, el descrédito del sistema de partidos y las secuelas excluyentes de las políticas públicas que implementan, desembocan en impunidad y corrupción. La dramática brecha que separa a representantes y representados no es más que la expresión corrupta de la lucha por el poder estatal.
No obstante la pertinencia de los motivos antiestatales, cabe preguntarse si el espíritu libertario de la crítica anarquista que acompaña a estas rebeliones ofrece una salida radical frente a los conflictos que emergen. Enfrentar los problemas sistémicos de nuestras complejas sociedades, requiere de un antipoder con una estrategia para desmantelar al Estado opresor desde un enfoque anticapitalista, pero hacen falta puentes entre las experiencias microsociales de la asamblea, que puede vivir sin Estado desde formatos de democracia directa, y la organización de un poder público en el que podrían coexistir la delegación propia de la democracia representativa, el impulso de la participación ciudadana en todos los asuntos públicos, incluida la gestión del modelo económico y de desarrollo y la recreación de la democracia comunitaria de los pueblos originarios. Los poderes fácticos, el regreso del Estado fuerte regulador dominan nuestras vidas. Democracia real ¡ya!, exigen los españoles indignados. El demos puro necesita de estrategias antipoder para lograrla.

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