Nos quejamos de la despolitización por la falta de atención a los
asuntos públicos, como igual nos inquieta la sobre politización en tanto ella
enmascara los reales intereses que están en juego. Sin embargo, nuestra
capacidad de lectura y de raciocinio frente a los conflictos sociales
nacionales que llaman nuestra atención, cotidianamente, se ve deteriorada tanto
por la pasividad social mayoritaria que deja en manos de políticos, no siempre
tan profesionales en su oficio, el manejo del conflicto; como por el desinterés
que causa la falta de comprensión alrededor de los intereses que están en
pugna. Apatía y desinterés desembocan, por su indolencia, en el rechazo
automático de los actores que cuestionan al gobierno, sólo por el hecho de
manifestar su inconformidad. Entre temor y desconfianza, condimentados con
flojera omisa, crece la criminalización de toda forma de disidencia.
Esa indiferencia frente a problemas causados por distintas maneras
de entender y actuar en torno de nuestra convivencia, empobrece la comunicación
pública y deja el camino a la impunidad de quienes toman las decisiones y de
quienes no las acatan. Por su parte, la sobre politización termina también por
despolitizar pues, la desconfianza en las artes de la política para resolver
nuestras diferencias mediante argumentaciones y razonamientos convincentes, nos
lleva a encerrarnos en la comodidad del no le muevan, del resígnense a aceptar
lo que viene de los técnicos y de los que supuestamente saben lo que se
necesita hacer. Y, aunque esa mayoría pasiva no esté convencida y permanezca en
la duda, se acoge a la certidumbre que le da imaginar que quienes se
inconforman en las calles son delincuentes comunes. A ese expediente
irresponsable recurren quienes sin miramiento alguno piden mano dura, cierre de
diálogo, fin de la capacidad de escucha.
Criminalizar exacerba el conflicto porque se impide llegar a la
raíz de los problemas, porque se degradan los derechos a disentir, lo cual
exacerba los ánimos sociales, aplaza y desplaza potenciales campos de
entendimiento. Despolitización y sobre politización, llevan a uno de los
problemas contemporáneos más candentes: el reino de lo impolítico, como lo
entiende Pierre Rosanvallon, politólogo francés: como la falta de
aprehensión-comprensión global de los problemas ligados con la organización de
un mundo común; como la disolución de las expresiones relacionadas con la
pertenencia común. Lo impolítico es la negación de visibilidad de opositores y
disidentes; entre los medios y los discursos del PRI y de Acción Nacional, se
les opaca, se les descalifica y se les condena, hasta con el decreto de su
ilegalidad. No hay lectura de otras razones ni escucha posible para quienes
supuestamente transgreden la ley e impiden las reformas.
Memoria y coherencia son antídotos contra lo impolítico.
Encarrilar los movimientos hacia la represión, ha sido la ruleta rusa que
juegan políticos aferrados al poder por los medios que sean. ¿Quién cree en la
coherencia del PRI para impulsar la reforma energética o la educativa cuando el
corporativismo sindical representa serios obstáculos para ellas? Aunque Elba
Esther permanezca encarcelada, la estructura del SNTE, fiel apoyo para la
reforma educativa, sigue intocada. La corrupción del sindicato petrolero
tampoco abona coherencia a la reforma energética. Acción Nacional, dentro de
cuyas filas hay voces que criminalizan a maestros opositores, encumbró a Elba
Esther y se sirvió de sus prácticas corporativas, para jamás hacer una reforma
de calidad educativa, lo mismo que ordeñó la renta petrolera dejando a PEMEX
con el mayor déficit de su historia. ¿Quién cree que ambos partidos impulsarán
una reforma fiscal sin privilegios que asegure la viabilidad de tales reformas?
Criminalizar al disidente exacerba lo impolítico, destruye nuestra confianza en
políticas comunes.