Hacienda reduce a 1.8% el pronóstico de crecimiento del PIB en
2013. Dramática noticia que incrementa la decepción de un modelo cuya divisa es
exporta, liberaliza, privatiza para crecer y que, sin embargo, se nos sigue
presentando como la única vía posible para desarrollarnos. No se trata del
triunfo de los argumentos tecnocráticos que se proponen el control de la
estabilidad macroeconómica cueste lo que cueste. Si de por si es criticable
hacer un parangón entre crecimiento y desarrollo, pues no necesariamente uno
significa lo otro, el recetario de más de lo mismo se impone en México. Las
fuentes para el descontento social están al orden del día, pues este modelo no
genera empleos, salarios estables, seguridad social, sino privilegios
desmedidos para la esfera financiera por encima de la productiva, concentración
del ingreso en las corporaciones transnacionales, pobreza y hambre que nunca
terminan.
A pesar del fracaso del modelo neoliberal, gobierno y poderes dominantes
siguen apelando a su doctrina. De una u otra forma, los partidos más votados no
se alejan de esos principios económicos, o no encuentran alternativas viables a
un modelo que ya lleva 40 años de imposiciones en Latinoamérica. En esta
región, algunos países han logrado salirse de las líneas neoliberales
dominantes, pero siguen enfrentando los dilemas entre crecimiento y desarrollo.
No obstante avances indiscutibles en materia de redistribución del ingreso, por
la vía del fortalecimiento de la capacidad adquisitiva del salario, o mediante
la generación de bienes públicos que evitan la mercantilización de servicios
como la salud o la educación, o mediante dispositivos financieros que
privilegian la producción por encima de la especulación con una política
industrial, todos esos países enfrentan la voraz demanda de materias primas sin
procesar y apuestan por obtener una renta de las minas, del petróleo o del gas.
Aún los críticos del neoliberalismo que impulsaron sendas reformas constitucionales, e incluso Constituyentes pacíficas, como Brasil, Bolivia, Ecuador y Venezuela, hoy chocan contra el muro que representa el retorno a economías primarias exportadoras que no añaden valor alguno a los recursos que le son extraídos por antiguas y nuevas potencias emergentes: la exportación petrolera y gasífera mexicana va en poco más del 90% hacia Estados Unidos, vía grandes complejos transnacionales; Canadá posee cerca del 80% de las mineras que explotan recursos en México. Alrededor del 87% del comercio latinoamericano con países del Pacífico asiático, incluida China, consiste en materia prima sin procesar. Neo-extractivismo y renta nacional sobre recursos primarios, siguen dominando la mayor parte de las economías que están más allá del neoliberalismo, no digamos en economías como la mexicana que sigue ortodoxamente todos los principios de ese (contra)modelo de (no)desarrollo.
En el debate sobre reforma energética se incluye la reforma fiscal. Es notoria la apuesta por hacer crecer la renta petrolera y por abrir un espacio de negociación para redistribuir su apropiación por parte de ese conglomerado corporativo que representan las transnacionales. Se abren discusiones estratégicas para pensar en la viabilidad del país; hay puntos clave que pueden hacer avanzar a PEMEX como el pivote del crecimiento y por lo tanto del supuesto desarrollo mexicano, tales como su autonomía fiscal y su inserción en una racionalidad empresarial más exigente, pero la locomotora que jala a la paraestatal no es la del desarrollo social, sino la del productivismo privatizado y la terca idea de que sólo la exportación es el motor del crecimiento. Problemas que no son por cierto únicamente económicos sino esencialmente políticos, pues la seudo democracia mexicana no admite que se vinculen las reformas con un proyecto de país abierto a las alternativas que la política participativa podría propiciar.
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