viernes, 23 de agosto de 2013

REFORMAS FRAGMENTARIAS



Hacienda reduce a 1.8% el pronóstico de crecimiento del PIB en 2013. Dramática noticia que incrementa la decepción de un modelo cuya divisa es exporta, liberaliza, privatiza para crecer y que, sin embargo, se nos sigue presentando como la única vía posible para desarrollarnos. No se trata del triunfo de los argumentos tecnocráticos que se proponen el control de la estabilidad macroeconómica cueste lo que cueste. Si de por si es criticable hacer un parangón entre crecimiento y desarrollo, pues no necesariamente uno significa lo otro, el recetario de más de lo mismo se impone en México. Las fuentes para el descontento social están al orden del día, pues este modelo no genera empleos, salarios estables, seguridad social, sino privilegios desmedidos para la esfera financiera por encima de la productiva, concentración del ingreso en las corporaciones transnacionales, pobreza y hambre que nunca terminan.

A pesar del fracaso del modelo neoliberal, gobierno y poderes dominantes siguen apelando a su doctrina. De una u otra forma, los partidos más votados no se alejan de esos principios económicos, o no encuentran alternativas viables a un modelo que ya lleva 40 años de imposiciones en Latinoamérica. En esta región, algunos países han logrado salirse de las líneas neoliberales dominantes, pero siguen enfrentando los dilemas entre crecimiento y desarrollo. No obstante avances indiscutibles en materia de redistribución del ingreso, por la vía del fortalecimiento de la capacidad adquisitiva del salario, o mediante la generación de bienes públicos que evitan la mercantilización de servicios como la salud o la educación, o mediante dispositivos financieros que privilegian la producción por encima de la especulación con una política industrial, todos esos países enfrentan la voraz demanda de materias primas sin procesar y apuestan por obtener una renta de las minas, del petróleo o del gas.


Aún los críticos del neoliberalismo que impulsaron sendas reformas constitucionales, e incluso Constituyentes pacíficas, como Brasil, Bolivia, Ecuador y Venezuela, hoy chocan contra el muro que representa el retorno a economías primarias exportadoras que no añaden valor alguno a los recursos que le son extraídos por antiguas y nuevas potencias emergentes: la exportación petrolera y gasífera mexicana va en poco más del 90% hacia Estados Unidos, vía grandes complejos transnacionales; Canadá posee cerca del 80% de las mineras que explotan recursos en México. Alrededor del 87% del comercio latinoamericano con países del Pacífico asiático, incluida China, consiste en materia prima sin procesar. Neo-extractivismo y renta nacional sobre recursos primarios, siguen dominando la mayor parte de las economías que están más allá del neoliberalismo, no digamos en economías como la mexicana que sigue ortodoxamente todos los principios de ese (contra)modelo de (no)desarrollo.


En el debate sobre reforma energética se incluye la reforma fiscal. Es notoria la apuesta por hacer crecer la renta petrolera y por abrir un espacio de negociación para redistribuir su apropiación por parte de ese conglomerado corporativo que representan las transnacionales. Se abren discusiones estratégicas para pensar en la viabilidad del país; hay puntos clave que pueden hacer avanzar a PEMEX como el pivote del crecimiento y por lo tanto del supuesto desarrollo mexicano, tales como su autonomía fiscal y su inserción en una racionalidad empresarial más exigente, pero la locomotora que jala a la paraestatal no es la del desarrollo social, sino la del productivismo privatizado y la terca idea de que sólo la exportación es el motor del crecimiento. Problemas que no son por cierto únicamente económicos sino esencialmente políticos, pues la seudo democracia mexicana no admite que se vinculen las reformas con un proyecto de país abierto a las alternativas que la política participativa podría propiciar.


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