viernes, 30 de agosto de 2013

CRIMINALIZAR EXACERBA CONFLICTOS




Nos quejamos de la despolitización por la falta de atención a los asuntos públicos, como igual nos inquieta la sobre politización en tanto ella enmascara los reales intereses que están en juego. Sin embargo, nuestra capacidad de lectura y de raciocinio frente a los conflictos sociales nacionales que llaman nuestra atención, cotidianamente, se ve deteriorada tanto por la pasividad social mayoritaria que deja en manos de políticos, no siempre tan profesionales en su oficio, el manejo del conflicto; como por el desinterés que causa la falta de comprensión alrededor de los intereses que están en pugna. Apatía y desinterés desembocan, por su indolencia, en el rechazo automático de los actores que cuestionan al gobierno, sólo por el hecho de manifestar su inconformidad. Entre temor y desconfianza, condimentados con flojera omisa, crece la criminalización de toda forma de disidencia.

Esa indiferencia frente a problemas causados por distintas maneras de entender y actuar en torno de nuestra convivencia, empobrece la comunicación pública y deja el camino a la impunidad de quienes toman las decisiones y de quienes no las acatan. Por su parte, la sobre politización termina también por despolitizar pues, la desconfianza en las artes de la política para resolver nuestras diferencias mediante argumentaciones y razonamientos convincentes, nos lleva a encerrarnos en la comodidad del no le muevan, del resígnense a aceptar lo que viene de los técnicos y de los que supuestamente saben lo que se necesita hacer. Y, aunque esa mayoría pasiva no esté convencida y permanezca en la duda, se acoge a la certidumbre que le da imaginar que quienes se inconforman en las calles son delincuentes comunes. A ese expediente irresponsable recurren quienes sin miramiento alguno piden mano dura, cierre de diálogo, fin de la capacidad de escucha.

Criminalizar exacerba el conflicto porque se impide llegar a la raíz de los problemas, porque se degradan los derechos a disentir, lo cual exacerba los ánimos sociales, aplaza y desplaza potenciales campos de entendimiento. Despolitización y sobre politización, llevan a uno de los problemas contemporáneos más candentes: el reino de lo impolítico, como lo entiende Pierre Rosanvallon, politólogo francés: como la falta de aprehensión-comprensión global de los problemas ligados con la organización de un mundo común; como la disolución de las expresiones relacionadas con la pertenencia común. Lo impolítico es la negación de visibilidad de opositores y disidentes; entre los medios y los discursos del PRI y de Acción Nacional, se les opaca, se les descalifica y se les condena, hasta con el decreto de su ilegalidad. No hay lectura de otras razones ni escucha posible para quienes supuestamente transgreden la ley e impiden las reformas.

Memoria y coherencia son antídotos contra lo impolítico. Encarrilar los movimientos hacia la represión, ha sido la ruleta rusa que juegan políticos aferrados al poder por los medios que sean. ¿Quién cree en la coherencia del PRI para impulsar la reforma energética o la educativa cuando el corporativismo sindical representa serios obstáculos para ellas? Aunque Elba Esther permanezca encarcelada, la estructura del SNTE, fiel apoyo para la reforma educativa, sigue intocada. La corrupción del sindicato petrolero tampoco abona coherencia a la reforma energética. Acción Nacional, dentro de cuyas filas hay voces que criminalizan a maestros opositores, encumbró a Elba Esther y se sirvió de sus prácticas corporativas, para jamás hacer una reforma de calidad educativa, lo mismo que ordeñó la renta petrolera dejando a PEMEX con el mayor déficit de su historia. ¿Quién cree que ambos partidos impulsarán una reforma fiscal sin privilegios que asegure la viabilidad de tales reformas? Criminalizar al disidente exacerba lo impolítico, destruye nuestra confianza en políticas comunes.

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