Más que gobernar, el Presidente Peña Nieto administra
deficientemente la crisis política nacional y sin proyecto para enfrentar los
impactos de las diversas crisis globales contemporáneas. Ni el Pacto por
México, ni el conjunto de reformas supuestamente estructurales, le están
aportando los elementos necesarios para llevar adelante la gobernabilidad democrática que prometió. Su gestión enfrenta la
imposibilidad de construir un espacio público nacional-regional de diálogo y
compromisos sostenidos en un pacto social incluyente. De continuar las
tendencias, el Pacto Por México desaparecerá y con ello, su primera apuesta
política para manejar el conflicto y obtener consensos para gobernar. Tanto Acción
Nacional como el PRD, muestran fisuras entre sus bases, las cuales se expresan
también entre sus dirigentes, respecto al papel que toca a los legisladores de
oposición ente una coyuntura de aristas críticas.
La división es ya manifiesta entre grupos de diputados y senadores
del PAN, que no quieren disciplinarse a lo que acuerdan sus representantes ante
el Pacto, pues algunos reclaman autonomía propia del Poder Legislativo para
cumplir con su función. Igualmente, el PRD está dividido sobre la capacidad de
su dirigencia nacional para colaborar con el gobierno federal en reformas que
son contrarias a su programa de acción, en lo que resalta la Reforma
Energética. Tal Pacto nacional tiene pies de barro, por la incapacidad de la
oposición para agregar intereses de sus afiliados, que puedan ser a la vez
intereses sociales, y si a ello se añade la brecha que separa bases y
dirigentes partidarios, nos percatamos que el Pacto por México representa
arreglos cupulares entre las elites partidistas y las elites del poder real,
que intenta conciliar el Presidente de la República en su formato de
gobernabilidad, no necesariamente democrático.
El gobierno parece satisfecho con un pacto entre cúpulas, pues
está decidido a no escuchar a críticos ni detractores. Sin embargo, se
acrecienta el descontento a la par que crecen las convergencias entre
movimientos sociales diversos que se identifican en sus cuestionamientos al
régimen de gobierno, su sistema de partidos elitistas clientelares y su
incapacidad de escucha frente a las demandas sociales. Profesores, jóvenes
estudiantes, sectores sociales diversos que se oponen a la reforma energética,
y quienes desconfían de una reforma fiscal de pronóstico concentrador del
ingreso, afectados y víctimas de la violencia, además de afectados por el
desempleo y la crisis económica, energética, alimentaria, no son interlocutores
válidos dentro del esquema de gobernabilidad pragmático y excluyente, que puede
resultar en una mezcla explosiva. Todavía menos son considerados como
interlocutores del gobierno, las comunidades étnicas desposeídas y golpeadas
por el anti-modelo de desarrollo, sobre todo aquellas que ensayan caminos
propios autónomos, como los caracoles zapatistas, o como las policías
comunitarias.
Frente al país real, el gobierno presenta iniciativas de reformas
que fragmentan y desarticulan aún más los tejidos sociales: esa inmensa mayoría
que reclama una reforma social de amplio calado, la cual no se ve reflejada en
aquello que se propone transformar el gobierno de la República. Conforme se
discuten las iniciativas presidenciales de reforma, más se aleja la posible
participación ciudadana para darle un sentido social incluyente al rumbo del
país. Contra ello conspira la (in)cultura parlamentaria acostumbrada a la
negociación de cuotas de poder y la cada vez mayor separación entre
representantes y representados, pues éstos se encargan de sepultar la sed
reformista bajo el manto de las leyes secundarias y pareciera que,
intencionadamente, bajo los escombros de leyes pertinentes, como la Ley de
Víctimas, la de Telecomunicaciones o la de Transparencia, que el propio
gobierno dinamita al boicotear el potencial democratizador de interlocutores
críticos.
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