Una de las conclusiones más relevantes que deja 2009, es la necesidad de contar con elementos de fondo para solucionar la crisis que enfrenta nuestro país. Con el peor desempeño económico de los 75 últimos años, México tuvo la tasa negativa más acentuada de Latinoamérica; una de las peores del mundo. Violencia, inseguridad, patología del miedo, crecieron vertiginosamente. Desencanto con el sistema político y de partidos, hundimiento de la legitimidad de la inmensa mayoría de representantes, prepotencia de los llamados poderes fácticos en la vida pública nacional, signaron unas elecciones intermedias que si bien convocaron a casi la mitad de ciudadanos inscritos en el Padrón Electoral, una parte importante de los votantes lanzó un mensaje de alerta sobre las urgencias que agobian al sistema político, a través de la anulación conciente del voto. Cerca del 6 por ciento del total de votos emitidos.
Algunos planteamos que 2010 tiene un valor emblemático, cuya lectura por los actores sociales y políticos del país es heterogénea. Ello tiene que ver, por un lado con la concepción de la historia y el peso de dos aniversarios fundadores de la actual nación mexicana: la Independencia y la Revolución. Por otro lado, esta conmemoración tiene relación con las aspiraciones que llevan a actuar en el presente; unos interpretan esta fecha emblemática como oportunidad para revivir la capacidad de movilización de ese ente ahora tan polimorfo que es el Pueblo: hacer oír el grito de los excluidos; otros, quisieran que esta fecha se registrara como una suerte de borrón y cuenta nueva, que en todo caso permita nuevos logros para la industria turística, con una renovación escenográfica de los símbolos históricos, pero sin cuestionamiento alguno sobre los orígenes de ambos conflictos.
El gran historiador Luis González y Gonzalez, planteaba que había tres tipos de seudohistoria y una historia de carne y hueso. La “seudohistoria de bronce”, se dedica a exaltar las figuras protagónicas de la historia, como si sólo héroes y heroínas marcaran los acontecimientos. La “seudohistoria de antiguallas” recoge anécdotas y hechos aparentemente significativos, pero se endiosa con los documentos y la sofisticación con que cada historiador los presente. La “seudohistoria computarizada”, es la que enfatiza los aspectos cuantitativos, generalmente asociados con la economía y las cuentas, la gráfica y la estadística como fin en si mismas. Pero esa historia que hacemos las personas de carne y hueso, solo se logra con oficio y capacidad de interpretación desde una escala humana de valores. La historia no es patrimonio de especialistas, pues ella da identidad y sirve de guía para actuar en el presente y dar sentido de futuro a la acción social.
En este 2010, necesitamos entonces hacer y reconocernos en una historia que nos implica. Hacer monumentos, remodelar y conservar el patrimonio arquitectónico es necesario, pero insuficiente para dar un proyección a ese pasado que condiciona nuestro presente. Por ello, la conmemoración de la Independencia y de la Revolución necesita tanto del historiador especialista que la reconstruya y la interprete, como de una reflexión colectiva, que dinamice y le dé sentido incluyente, que sea capaz de aprender del drama de la violencia encerrada en la cerrazón de la clase dirigente y de los pudientes que la alimentan, así como de los poderes fácticos que la manipulan impunemente, sean narcotraficantes o jerarcas eclesiales o poderes materialistas incontrolados. Algunos propusimos que 2010 podría marcar el inicio de un proceso pacífico constituyente. 14 años después de iniciada la Independencia, 7 años después de la Revolución, se pudo fundar un pacto constitucional ¿Por qué no iniciamos por reconocer esta potencialidad emblemática de 2010, imaginando la Constitución General que necesitamos?
viernes, 8 de enero de 2010
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