Prematuras de cara al calendario oficial de las elecciones presidenciales, se despliegan con mayor visibilidad las agendas públicas que manifiestan lo actores del poder político. Un PRI que fortalece sus espacios de unidad y que recupera su estilo corporativista con Elba Esther Gordillo, la aliada estratégica para ganar elecciones, busca afanosamente unidad de sus tendencias y el voto corporativo, para capitalizar su ascenso y triunfos electorales en la mayoría de regiones del país. Un PAN que muestra también cierta capacidad unitaria a pesar de sus retrocesos electorales, campo fértil de disputas, pues hay menos huesos que repartir, a pesar de la intromisión permanente del Presidente Calderón en la contienda electoral. Sectores del PRD y de Acción Nacional dubitatitivos frente a pros y contras de las alianzas regionales, e incluso ante la candidatura presidencial. Un PRD dividido en sus alianzas con el polo de izquierda, a la vez que enfrentado internamente en torno de una candidatura de unidad que pudiera encabezar Marcelo Ebrard. Y un peje que construye su candidatura presidencial desde 2006, cuya capacidad de convocatoria creciente, cimbra a toda la estructura de partidos.
Aunque estos hechos cobran estatuto de normalidad, hay muchas variables nuevas que obligan a pensar en la complejidad del escenario. Los imaginarios sociopolíticos se decantan bajo tres modalidades: la continuidad de la derecha neoliberal en el poder, que reedita la alianza de poderes fácticos en el “PRIAN”, independientemente de quien ocupe la silla presidencial; la opción recargada de liberalismo social que promueve entusiastamente Carlos Salinas de Gortari, buscando renovar discursos y prácticas del PRI; y, la configuración de una opción de orden post-neoliberal, con una marcada agenda redistributiva, de justicia social, fortalecimiento de la potencia publica estatal y de su contrapeso: la democracia participativa. Algunos llaman a esto neopopulismo, con fines despectivos, pero lo nuevo de ese escenario es que las propias categorías de pueblo y popular las están modelando sujetos que escapan al monopolio de representación partidaria.
Previsiblemente, los zapatistas condenarán el carácter estatista de los procesos electorales, descalificarán el negro historial que ensombrece a todos los posibles candidatos y, en este caso atinadamente, se concentrarán en reforzar los poderes locales que resisten dignamente contra la beligerancia neoliberal que no cesa, a pesar del acta de defunción que se le achaca a ese modelo un día si y otro también. No se perciben convergencias entre el abstencionismo que convoca el zapatismo, el creciente hastío causado por el sistema político y de partidos expresado por la mayoría de electores que no acuden a las urnas, y el novísimo fenómeno de anulación testimonial del voto, que crecerá sin duda por la continuidad de la protesta que imprime la Asamblea Nacional Ciudadana.
Hasta ahora, precampañas y pronunciamientos previos a la elección presidencial mistifican el carisma del liderazgo, en las razones y racionalidades que encarna El Candidato. Sin embargo, se niega con ello la oportunidad de construir debates nacionales que sitúen y dimensionen los problemas a enfrentar: la peligrosa ilegalidad del IFE, pues al posponer el nombramiento de tres consejeros hasta 2011, debido al reparto de cuotas entre PRI y PAN, se vulnera la autoridad electoral; la narcoviolencia, el papel constitucional deseable para el Ejército; el cambio de modelo económico para enfrentar y salir de la crisis, con una renta petrolera disminuida y sin un techo fiscal que sustituya ese déficit. Necesitamos, ciertamente, una cultura cívica republicana para darle un sentido político estratégico a esas discusiones. La iniciativa no vendrá del carisma racional de los candidatos, o de ex presidentes ocurrentes, sino de expresiones colectivas de y desde una ciudadanía participativa con aspiraciones democráticas.
viernes, 17 de diciembre de 2010
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