viernes, 2 de septiembre de 2011

El luto es la manifestación inmediata de la pena infligida por la muerte. El duelo es el proceso de asimilación del dolor que nos deja la negación de



El luto es la manifestación inmediata de la pena infligida por la muerte. El duelo es el proceso de asimilación del dolor que nos deja la negación de la vida. Uno incluye al otro, pero sólo el duelo nos puede liberar al permitirnos sacar conclusiones que reafirmen nuestra biofilia, nuestro amor por la vida, nuestros deseo por defenderla, preservarla, cultivarla. Mientras el luto lo interiorizamos hasta el silencio y lo explicitamos mediante símbolos que expresan pérdida, separación, dolor dejado por la ausencia de vida, el duelo supone una combinación entre esa interiorización de la pena individual y la verbalización dirigida a un espacio colectivo: la familia, la comunidad local, el país, el mundo, con fines de procesar todos los significados que trae consigo la destrucción de la vida. El duelo ayuda a comprender racionalmente, en sincronización con los sentimientos o emociones que nos deja la muerte.

Después de la conmoción -que es también conmiseración con el sufrimiento humano causado por la muerte violenta-, por las 57 vidas segadas en el Casino Royale de Monterrey, sin duda nos conmovió el llamado presidencial a guardar tres días de luto nacional por esas víctimas. Nos une la pena y el luto supone también una tregua; antes de explicarnos o de procesar lo que está causando ese dolor, sentimos que han asesinado una parte del nosotros como un todo. Lo que sigue ahora es procesar el duelo hasta poder trascender el dolor. Frente a las ataduras impuestas por la violencia destructora de vida, urge crear y recrear los símbolos en defensa de nuestro derecho más elemental a vivir, así como urge dar espacio público y privado en nuestras vidas a ese duelo liberador, una vez pasada la tregua que impone el luto.

Comprender razones, explicitar sentimientos y emociones, manejarlos con sentido biofílico, implica encontrar orígenes, fuentes desde donde emana la violencia destructora, descubrir y deslindar responsabilidades. El crimen masivo de inspiración terrorista es consecuencia de estrategias de guerra, seguidas por encima de compromisos razonados con la procuración de justicia, prevención del delito y entendimiento de las causas estructurales que originan violencia. El narcoterrorismo, coexiste, conlleva, al terrorismo de Estado, al ojo por ojo, vida por vida. Pero el terrorismo no debe opacar las muertes causadas por la corrupción, la impunidad, la banalización de la vida. El gobierno nunca convocó a duelo nacional por la muerte de 46 niños en la Guardería ABC, o por más de cien muertos en la mina Pasta de Conchos, o por las narcofosas, en ocasión de cada macabro descubrimiento, como el de 72 migrantes asesinados en Tamaulipas. ¿Cuánta crueldad y “valor simbólico” se necesita para guardar luto por las muertes?

Un proceso nacional de duelo implica un esfuerzo colectivo por recuperar la memoria de todas esas muertes que nos han lastimado, llegar a las fuentes de la violencia mortífera. Recuperar las biografías canceladas, dimensionar el drama de las víctimas visibles, tanto como el drama de las víctimas opacadas. Asumir los “daños colaterales”, las víctimas que no se cuentan, de las que no se persiguen a sus victimarios, a las que se les niega justicia. Duelo nacional por la incapacidad para prevenir el crimen y por la falta de inteligencia policíaca; duelo por la impericia legislativa que aprobó 198 casinos de un jalón, a iniciativa de Santiago Creel y que hoy son miles en todo el país, sin que se hayan valorado los efectos mafiosos ligados con la ludopatía. Duelo por la politización instrumental del dolor ante gobiernos divididos en Nuevo León y ante la impavidez del gobierno estadounidense frente a la narco-economía casino que le beneficia.

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