viernes, 17 de febrero de 2012

ESCUCHAR, PROGRAMAR, DENUNCIAR

Mi solidaridad con los familiares de los 377 presos hondureños,
muertos por el fuego y la crueldad del sistema carcelario

Algunos piensan que el periodo en el que se prohíbe hacer campañas electorales, que durará hasta el primero de abril, implica un silencio heroico que por supuesto ningún partido ni sus candidatos respetará. La reforma política de 2007 concibe destinar estas fechas a la solución de controversias en candidaturas, la formulación de las plataformas partidistas, la consolidación de los equipos de campaña y no precisa, pero tampoco limita, los mecanismos de consulta que se den los institutos políticos y sus candidatos a puestos de elección popular. Fue acertado impedir el abuso de los tiempos de difusión concedidos al Estado en los medios electrónicos y el evitar que el dinero invadiera cualquier medio publicitario, de manera que no se garantizara la equidad del proceso electoral.

Aunque se agradece que las campañas duren 90 días, entre abril y junio, menos que antes, el periodo de “silencio” representa una buena oportunidad para que los partidos y sus fracciones pierdan el autismo al que los lleva su lucha interna por las candidaturas. Podrían ser tiempos para escuchar a la sociedad que quieren representar y para poner a prueba lo que hasta ahora han recogido como un programa viable a ejecutar o a legislar, de obtener el triunfo electoral. Si bien cada precandidato recorrió la circunscripción para la cual se pretende elegir, esa fase electoral acentuó una comunicación vertical que difundió lo que cada uno de ellos-as ofrece como atractivo para conquistar el voto; no es exagerado decir para colonizar el voto. Ahora se podría invertir esa verticalidad de la relación (pre)candidato-elector, por un diálogo en que se enfatiza la escucha. Se necesita humildad y sensibilidad para reconocer la voz del electorado y rectificar la plataforma que se propone.

El protagonismo cobrado por las campañas electorales, oscureció las funciones capitales del sistema político: legitimar las acciones en curso del partido en el gobierno y, en otro caso, denunciar en buena lid errores y limitaciones del gobierno desde la oposición. En un escenario nacional y local de gobiernos divididos, este periodo de silencio en las campañas podría propiciar que, partidos y candidatos, comuniquen sus diferencias con las acciones de gobierno y simultáneamente, formulen claramente lo que aportaría su programa electoral para una mejor gobernabilidad. A pesar del culto al poder unipersonal, que se deposita en las figuras a elegir, los partidos y sobre todo las coaliciones que ahora dominan en la escena electoral, están obligados a convencer de que puede haber sinergias creativas entre el candidato y la estructura partidaria que soporta la maquinaria electoral.

Enjuiciar gobiernos y legisladores actuales, o convencer mostrando logros gubernamentales, puede ser parte de una campaña contra la autocensura que erróneamente se interpreta como objetivo de la reforma política de 2007. En los hechos, este periodo está ayudando a que se comprendan mejor las potencialidades encerradas en cada candidato, como su capacidad para formar equipo y disposición a delegar responsabilidades entre sus actuales y futuros colaboradores. El elector así se hace con nuevos elementos para razonar su voto. Lo que falta es que partidos y candidatos procesen sus fallas, que ausculten las expectativas y críticas que tiene el electorado, a partir de la realidad política que se vive cotidianamente. Si queremos calidad democrática, con exigencia del imperio de la ley, rendición de cuentas y responsabilidad frente a la gestión pública, se requiere capacidad de escucha en candidatos y estructuras electorales. El desencanto y la indiferencia de cara al proceso electoral, cuya responsabilidad reside en ellos, son sus principales enemigos.

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