Queda una sensación de que algo falta a nuestra cultura electoral para empujar la democratización de la vida pública y de las instituciones que la sustentan. Las precandidaturas siguieron tres caminos diferentes: el de la unanimidad artificial, se fundó sobre la disciplina partidaria, el borrón autoritario de las diferencias y el del incremento del voto corporativo, que instala el autismo partidista frente a un electorado que cifra sus esperanzas pasivamente en el retorno al pasado; otro camino fue el de apegarse a las encuestas como medio de definición de precandidatos, el cual depositó las expectativas de eficacia en la intención del voto que encierra en su intimidad la población abierta y no solo los militantes y simpatizantes del partido. El camino seguido por Acción Nacional fue el más heterodoxo, pues acudió tanto a la estructura partidista como a la población abierta.
La vía seguida por el PRI, deja una sensación ambigua. Aparentemente, da certidumbre a un electorado deseoso de estabilidad y confianza en la maquinaria electoral, pues ella viene mostrando su contundencia en las elecciones recientes por haber logrado un escenario de partido predominante que se encamina naturalmente hacia el regreso a los Pinos; con la mayoría de gobernadores, congresos locales, presidencias municipales, no podría ser de otra manera. En contraste, el electorado queda sometido al mero ejercicio del voto, la delegación del poder y la pasividad del día después de la jornada electoral. Cada votante, se espera sea arrastrado por el voto duro, organizado, pues aunque la población abierta no sea consultada para la toma de decisiones partidarias, de alguna manera muestra su respaldo y hasta simpatía por el estilo disciplinado bajo el que se configuran todas y cada una de las candidaturas.
Optar por las encuestas como “ayuda” para la selección de candidatos, deja la sensación de que hay una consulta que llama a la participación ciudadana, pero sólo deja una sensación participativa y no necesariamente se puede constatar hasta qué grado la intención del voto significa un compromiso que pueda estar sustentado en cierta reciprocidad entre el electorado y la estructura partidaria. No obstante, el PRD tiene a su favor que tanto López Obrador como Marcelo Ebrard, construyeron su campaña mediante un proyecto articulador de una base social de apoyo, la cual ha sido permanentemente convocada a su participación en la toma de decisiones, en lo concerniente a los ritmos y actividades vinculadas con la campaña electoral, como también en la formulación del programa de gobierno. Otro acierto en la definición del precandidato de las izquierdas fue el diseño de la encuesta, en la que se incluyeron 5 temas que implicaron un razonamiento del elector sobre el significado democrático del proceso electoral mismo.
Aunque Acción Nacional fue el partido que más se acercó a lo que podrían ser unas elecciones primarias, los métodos de consulta se ciñeron exclusivamente al momento de la emisión del voto el domingo 5 de febrero, jornada a la que se convocó a población abierta y no únicamente a la militancia. Sin embargo, la sensación posterior a esa jornada deja un mal sabor de boca, pues la capacidad para organizar la votación fue cuestionada por los hechos, ya que el PAN no tiene experiencia organizativa en ese terreno, lo que dejó a muchas personas interesadas sin participar. Asimismo, este proceso dejó en claro que la maquinaria electoral y los operadores políticos que la alimentan, son quienes protagonizan los resultados de una consulta sin duda bien intencionada, pero en los hechos cooptada por viejas prácticas de clientelismo e inducción del voto. Tres caminos que dejan en conjunto interrogantes y sensaciones deficitarias sobre la democracia que quisiéramos.
viernes, 10 de febrero de 2012
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