viernes, 4 de mayo de 2012

FORMATO PARA DEBATIR

Durante las campañas electorales, los candidatos tratan de ganar el voto de los indecisos y, se supone que también, buscan motivar al abstencionista para que opte por votar. Las maquinarias electorales que detonan principalmente los partidos políticos, junto con agrupaciones sociales cada vez más fuertes que operan voluntades políticas organizadas, aseguran lo que llamamos el voto duro, el de militantes que con distinta intensidad en su entrega, promueven a sus respectivos candidatos pero sin poner en duda su lealtad. Entonces, las franjas del electorado a conquistar a lo largo de las campañas, a diferencia de las precampañas, se ubican en el centro político; el secreto para ganárselos reside en profundizar un discurso incluyente en el que se vean y se sientan representados los electores, más allá de las ideologías políticas y sobre todo de las estructuras partidarias. Entre candidato y partido, hay una combinación de expectativas cuyas tensiones terminan por resolverse a favor de la persona, su carisma, inteligencia, capacidad de liderazgo, sus recursos para convencer y como buen polemista hacer aceptar sus argumentos como válidos. Las maquinarias partidistas aportan el andamiaje que sostiene el papel y vocación dirigente mostrados por el candidato. De ahí que entre los recursos utilizados para convencer a indecisos, abstencionistas y eventualmente a los swingers –quienes esperan un momento espectacular para reorientar su voto-, se privilegie el debate televisivo entre los aspirantes a ocupar un puesto de elección popular. Los spots y la selección cuidadosa de encuestas y sondeos favorables convergen con ese propósito: ganar nuevos electores firmes y estables. La llave del éxito para lograrlo es la confianza en el líder, aunada al sentimiento de inclusión, dentro de un clima de cambio frente a la evidente insatisfacción, pero con estabilidad, la mayor armonía posible, sin sobresaltos. Una cosa es informar y otra debatir; los candidatos pueden intercambiar información mediante el diálogo, pero sus debates aunque tengan propuestas similares de gobierno, compiten por ganar la confianza en su liderazgo y buscan hacer dudar sobre las capacidades del contrincante para cumplir sus promesas. Por ello, en el reciente debate sobresalió valorizar la experiencia previa de gobierno de los contendientes a dirigir el destino de Jalisco y no tanto la coherencia del proyecto político que cada candidato enarbola. En función de esa experiencia de gobierno, blanco de los temas a polemizar, se destacó el potencial dirigente personal. Sin embargo, el candidato puntero en las encuestas, lejos de responder a los cuestionamientos, elude la polémica, descalifica a sus adversarios como mentirosos, por utilizar la “guerra sucia”, por crispar y violentar, “malintencionadamente”, el deseado pacifismo del debate. Un formato para debatir necesita previamente reforzar e inducir la validez del derecho a la crítica y la obligación a la réplica, como parte de una cultura democrática; requiere desmontar la falsa creencia de que cualquier cuestionamiento significa usar medios ilegítimos para debatir. Empoderar al voto como premio y como castigo. Se necesita también un formato menos rígido, en el que cada candidato elija cómo utilizar mejor ese tiempo equitativo que dispone. Quizá fue acertado que para el primer debate hubiera temas comunes a desarrollar, para informar globalmente al votante, pero el próximo debate estará más cerca de la jornada electoral y por ello los candidatos deben definir agendas propias para debatir. A las autoridades electorales les tocará garantizar la amplitud de la cobertura mediática de los debates, mediante estrategias creativas a negociar con los propietarios del duopolio televisivo, que permitan difundirlos en sus cadenas comerciales aprovechando el tiempo del Estado para fines de interés general. Se podría cambiar tiempo de spots por tiempo para debatir. A todos nos beneficiaría algo así.

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