viernes, 18 de mayo de 2012
¿QUÉ CARAJOS HACEMOS?
¿Perdimos la capacidad de conmovernos frente a la violencia?. El miedo nos paraliza, nos invade una sensación de impotencia y nos ahoga un mar de confusión ante lo que se necesita hacer para detener la muerte. Nos cuesta aceptar que nos desgarra la crueldad del crimen organizado y la falta de una estrategia gubernamental que afronte exitosamente chantajes y amenazas del crimen organizado internacionalmente. Sobre todo urge ganar confianza en nuestra capacidad individual y colectiva para enfrentar eficazmente la violencia. El terrorismo del crimen organizado lleva a su terreno de muerte, destrucción y crueldad las batallas políticas, e inevitablemente militares, que deberíamos de dar conjuntamente Estado y sociedad. Asoman amenazantes las tentaciones autoritarias de la militarización, la mano dura, la esa si guerra sucia que vaticinara Javier Sicilia de tuertos, chimuelos, tortura y muerte fatal.
Se agotó la mascarada presidencial que quiso ocultar lo enredado de la madeja en que anida la violencia. Ni todo se trata de enfrentamientos entre los cárteles del narco, ni las víctimas civiles inocentes son daños colaterales implicados en una guerra desde cuyos sótanos se programan estrategias también terroristas. A pesar del fracaso de la militarización del combate contra el crimen organizado, como sustento del Estado Policial armado autoritario; esa visión se inscribe irresponsablemente en la inmensa mayoría de propuestas de las campañas electorales. Se aleja así el ideal de una política integral en contra del narcoterrorismo. Distancia que dramatiza el periodo electoral presidencial, donde ya es tarde para recomponer los errores del actuar gubernamental y prematuro pensar en una política de Estado, pues hasta que entre el nuevo gobierno se intentará cumplir con las ofertas de campaña del ganador.
En el interregno es desolador el escenario de la impotencia. Integrantes de la comunidad multinacional de Ajijic, municipio de Chapala, constatan con dolor que 100 policías para mantener la seguridad de 70 mil habitantes que habitan en el municipio ribereño son insuficientes. De la reunión entre ellos-as y autoridades locales en plaza pública, el miércoles pasado, salen decepcionados por la falta de una acción pública coordinada entre todos los poderes y órdenes de gobierno. Escépticos de la militarización de la seguridad, continúan con su rabia ante los asesinatos recientemente cometidos, la falta de atención de familiares de las víctimas, la negación de justicia y reproducen sus fundados temores sobre la seguridad cotidiana de sus vidas. Los narcos se disputan 13 estados del país, gobiernan en los hechos en unos 200 municipios, crean zozobra en 9 mil zonas que el IFE ha detectado de alto riesgo para las elecciones del 1 de julio.
¿Qué carajos hacemos? Nos hemos unido en la esperanza expresada en palabras fuertes: No + Sangre; Estamos hasta la madre; Ya Basta… Desde la sociedad civil nos oponemos al derrumbe de expectativas por contar con lo más elemental para vivir: paz, seguridad, justicia, dignidad. Ideas que sustentan al movimiento fundado por Javier Sicilia y otros incansables defensores de derechos humanos. Otros movimientos, inspirados por familiares de víctimas asesinadas por la sinrazón y el odio, también se plantean soluciones frente a la violencia asesina. Aunque hubo diálogos entre integrantes de esas organizaciones y el Presidente Calderón, aún no vemos que se atribuya, conceda, reconozca, un rol a la ciudadanía dentro de la estrategia de seguridad gubernamental. Necesitamos politizar al máximo la seguridad, involucrarnos en las exigencias para detener la verdadera guerra que ensucia al Estado y que impone el narcoterrorismo. Urge un diálogo-compromiso nacional por la paz con justicia y dignidad entre gobierno, movimientos de la sociedad civil y todos los candidatos a puestos de elección popular.
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