viernes, 18 de enero de 2013
BASES PARTIDISTAS EN CRISIS
Si bien la desafiliación es más visible en Acción Nacional, todos los partidos, salvo el PRI, pasan por esa crisis generada por la pérdida de militantes, después de las elecciones presidenciales del 1 de julio pasado. Tanto el PRD como el PT y Convergencia Ciudadana, están sufriendo porque la transformación como partido del Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA), atrae personas y grupos afines a la propuesta que encabeza Andrés Manuel López Obrador. Manuel Espino, anteriormente Presidente del PAN, se propone también la formación de una nueva Agrupación Política que buscará convertirse en partido político, lo que restará sin duda también militantes al blanquiazul. Con el regreso del PRI como partido predominante en la escena electoral y gubernamental local y nacional, se registra también una crisis de bases partidistas, aunque de naturaleza distinta debido al crecimiento que atraen los partidos en el gobierno.
En el sistema partidocrático mexicano, esos institutos son franquicias usadas para obtener puestos gubernamentales, en la función pública y en las propias estructuras partidarias, dado el jugoso financiamiento que reciben los partidos registrados al nivel federal o local. Lo particular de la desafiliación que sufren ahora, es que el cuestionamiento sobre la eficacia electoral afecta desde la figura presidencial, en el caso de Vicente Fox respecto del PAN, hasta los gobernadores que cayeron en alianzas con rivales del candidato de su propio partido, como fue el caso de Emilio González en Jalisco. En los municipios, la movilidad de una franquicia a otra no deja de aumentar y ello arrastra a líderes locales que de diversas maneras encabezan formatos corporativistas que aseguran lealtades a esos dirigentes. Aunque la actual crisis de bases partidistas se percibe principalmente por la caída del padrón de militantes, la figura del adherente acompaña decisivamente tal deterioro.
Desde las campañas recientes, todos los partidos, otra vez con la excepción del PRI, apelaron al electorado no militante ni adherente para decidir sus candidaturas presidenciales. Ello significó la aceptación tácita de que la ciudadanía expresa su respaldo a programas partidistas de gobierno y sobre todo al carisma del candidato, a través de otros alicientes que no pasan por la intermediación de los partidos. ¿Qué significa actualmente el número de empadronados y el potencial de adherentes que ellos pueden atraer? En primer lugar, está el dilema entre partidos de cuadros y partido de masas nacionales. Mientras el PAN siguió el patrón de la afiliación individual, cuya configuración depende de la consolidación de cuadros dirigentes que simbolizan al ciudadano ideal, los partidos de izquierda trataron de combinar cuadros dirigentes de organismos sociales, con afiliación de masas que no siempre superaron los resabios corporativistas, que han calado lo más profundo del sistema político mexicano.
En segundo lugar, el padrón partidario está sujeto a la lucha entre grupos que han tomado características facciosas. En Acción Nacional, doctrinarios y pragmáticos, Calderón y funcionarios electos, marcaron las líneas divisorias, pero ambos convergieron en inflar el padrón para ganar las elecciones internas. El resultado de estas pugnas fragilizó la estructura partidista, pues la volatilidad del voto aumenta la fragmentación del electorado adherente, lo cual determina el poder de sus cuadros dirigentes a partir del número de votos que “arrastran”, por la capacidad operativa que brindan las personas electas. Una dinámica muy similar fue la seguida en el PRD y sus partidos aliados, dentro de los cuales, sin embargo, la lucha facciosa es más extrema (las tribus), aunque la capacidad para resolver sus diferencias internas acompañó a esa tradición partidaria hasta las pasadas elecciones. Doctrina, ideología, instrumentalismo, pugnas por ocupar el centro político, acompañan esta crisis de bases partidistas.
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