Aunque al
mercachifle lo vistan de premios, mercachifle se queda. Hay una batalla por la
opinión pública, después de la andanada de reformas de mercado lanzadas por el
gobierno de Enrique Peña Nieto, que le está permitiendo al Presidente remontar
los índices de aprobación sobre los alcances y aparentes beneficios implicados
en las “reformas estructurales”. Parte de las estrategias del marketing
político encuentran respaldo en las instituciones internacionales. El premio
como Estadista Mundial 2014 que le
otorgó recientemente el organismo Appeal of Conscience Foundation, al
mandatario mexicano, está bendecido por el Fondo Monetario Internacional y por
el Banco Mundial, instituciones que entregarán otro premio al secretario de
Hacienda, Luis Videgaray, como Ministro
de Finanzas del Año 2014, en “reconocimiento a su participación en el logro
e implementación de las reformas estructurales que se llevan a cabo en México.”
A los impulsores de reformas enfocadas en el mercado ahora se les llama
Estadistas.
Vaya
confusión. Se premia a quienes ofrecen supuestas alternativas de crecimiento
económico a los países emergentes, sin cuestionar si efectivamente esas
reformas de mercado están transformando de un modo democrático al Estado, que
somos todos-as. Por más esfuerzos que hace el aparato publicitario
gubernamental, acompañado por los medios electrónicos más poderosos de aquí y
de otras partes, no se logra obscurecer del todo el relativo fracaso de un
modelo socioeconómico que no crece a las tasas prometidas, que no redistribuye
el ingreso sino que lo concentra, que niega cualquier posibilidad de beneficiar
a los asalariados, como lo mostró el debate originado por el gobierno del
Distrito Federal en torno de posibles mejoras al salario mínimo. Tanques
pensantes estadounidenses como el Council of Foreign Affairs, que han ofrecido
una amplia difusión en sus medios de alcance global sobre las oportunidades
abiertas por la privatización y la liberalización mercantil del país,
publicitan al mercado pero borran al mundo de los excluidos.
Si algo no se
plantearon las reformas estructurales de Peña Nieto, incluida la reforma
electoral, fue justamente la transformación del Estado mexicano. A pesar del
ímpetu reformista del Ejecutivo federal que configuró prácticamente una nueva
Constitución General de la República, dada la cantidad de cambios
constitucionales y de la legislación secundaria, como no lo había hecho
presidente alguno, no podemos encontrar un sentido político orientador de
espacios públicos fortalecidos que le den poder al ciudadano, ni una búsqueda
auténtica de un pacto social ordenador del manejo de conflictos causados por
nuestra convivencia y por proyectos divergentes de sociedad. Un Estadista,
supone una vocación que vincula transformaciones económicas, políticas y
culturales, que fortalezcan derechos de ciudadanía, autonomía de las personas
que formamos al Estado nacional. Siempre y cuando estemos hablando de un Estado
social garante del estado de derecho con aspiraciones universalistas
incluyentes.
Cuando el
mercado opaca al Estado y la economía concentradora favorecedora del monopolio
se torna el eje vertebral del gobierno, nos enfrentamos a la imposición del
mundo de los mercachifles. Así, la democracia, la del estadista de inspiración
democrática, se somete a los imperativos de la eficiencia, de la productividad,
de la competencia desenfrenada, de la orientación principal a la exportación.
Por ello, la reforma con énfasis electoral, sin visión de estadista, se reduce
a un modelo elitista, de pocos para pocos y de conducción tecnocrática, en la
que los expertos se adueñan de los saberes especializados, sobre todo en la
simulación democrática. A eso se redujeron los acuerdos del Pacto por México,
abrazados por las elites partidistas que pretendieron suplantar a la nación y
al Estado. El Presidente estadista y
su arquitecto financiero bien se merecen y mejor el premio a los mercachifles
que están derrumbando al Estado mexicano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario