Costa Rica
acogió la III Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños
(CELAC) el pasado 28 y 29 de enero, procurando avanzar en la integración
regional, bajo el lema “unidad en la diversidad”. Nacida bajo el impulso de una
integración autónoma latinoamericana y caribeña, la CELAC, recoge principios de
política exterior que, en algún momento, impulsó el gobierno mexicano:
oposición a la injerencia extranjera en asuntos internos; por el derecho de los
pueblos a la soberanía y la autodeterminación; por la solución de controversias
con base en el diálogo y la negociación pacífica; por la cooperación
internacional sin condicionamientos ideológicos; así como una política de desarme
nuclear inspirada en el Tratado de Tlatelolco, que actualmente constituye el
área desnuclearizada más grande del planeta, y de oposición a la guerra. Y a
todo tipo de conflictos armados, de violencia y de intolerancia. Cobra vigencia
la proclama de América Latina y el Caribe como zona de paz, que promueve el
desarme nuclear y la solución pacífica de las controversias, adoptada en la
Cumbre de La Habana (2014).
Hay nuevos
temas en las cumbres de la CELAC, en los que la diplomacia mexicana se ha
mantenido fría y en ocasiones distante: la defensa irrestricta de los derechos
humanos, dados los flancos abiertos por los sucesos protagonizados por la
connivencia entre gobierno y crimen organizado; la redefinición de la
arquitectura financiera internacional que regule la especulación y fomente
políticas industriales, la lucha contra el calentamiento global y por la agenda
sustentable apoyada sobre compromisos susceptibles de evaluación y seguimiento.
A pesar de su débil institucionalización y de las limitaciones implicadas en la
toma de decisiones únicamente por consenso y no por mayoría de sus miembros, la
corta vida de esta comunidad muestra logros importantes: se ha ganado el
respeto de Estados Unidos, la Unión Europea y de países y foros del Pacífico
asiático. Ni la OEA, ni las Cumbres de las Américas que impulsa Estados Unidos
pueden prescindir de esta Comunidad con vocación multilateralista.
La CELAC se ha
convertido en interlocutor válido frente a la Unión Europea, cuyas cumbres
eurolatinoamericanas se conciertan con esa nueva instancia comunitaria; así
como se reconoce su interlocución con foros intergubernamentales con China y el
grupo BRICS. Dentro de ese marco de cooperación sur-sur, la CELAC participa
activamente en iniciativas como la del Banco del Sur. Asimismo, el G-77, que en
realidad lo forman 133 países que comparten la herencia del Movimiento de
Países No Alineados, que luchan contra toda forma de colonialismo y por la
descolonización del mundo, reconoce la interlocución de la CELAC. Políticas prácticamente
abandonadas por el gobierno mexicano, cuya frialdad frente al restablecimiento
de relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos también es manifiesta.
No obstante su
carácter intergubernamental, la CELAC a su vez reconoce como interlocutores a
diversos movimientos sociales, algunos de alcance continental, subregional o de
carácter étnico, como el llamado Movimiento Social de Afrodescendientes, que
reclama la inclusión del “Decenio de Afrodescendientes”, dentro de la agenda discutida
por la CELAC. Restan, sin embargo, desafíos cruciales para el logro de la
integración autónoma nuestro-americana. Persisten desencuentros entre las
políticas públicas que impulsan gobiernos de origen popular de centro izquierda
y movimientos sociales afectados por el neoextractivismo y la obtención de una
renta, en declive por los precios bajos de las commodities, petróleo, gas y
biocombustibles, así como por la creación de infraestructuras eléctricas y de
comunicación que privatizan bienes públicos. Ello dificulta la “unidad en la
diversidad” latinoamericana, pero la
frialdad mexicana termina por agrietar las luchas contra la exclusión y la
desigualdad social potenciadas por la CELAC.