Habría que
preguntarse por qué el periodismo de investigación va mucho más adelante que la
justicia. Responder a ello, implica varias dimensiones de la vida pública que
felizmente se conjuntan para darnos a conocer lo que los actores del poder
callan, omiten o, lo peor, quieren esconder. La muy difusa opinión pública
plantea exigencias cada vez mayores sobre las raíces de los acontecimientos que
se informan; hay una búsqueda de verdad y un sacudimiento de las conciencias en
esas labores periodísticas bien documentadas, que acompañan y a la vez
condicionan eso que llamamos calidad de la democracia: ¿es vigente el imperio
de la ley, el Estado de derecho? ¿a quién beneficia y a quien perjudica el que
haya transparencia y acceso a información pública? ¿qué impide que se rindan
cuentas por parte de los servidores y cargos públicos ante la ciudadanía y, en
su caso, ante las instituciones de la justicia?
Mientras que
proliferan investigaciones acuciosas sobre casos de corrupción, impunidad,
déficit o sesgo de los aparatos de justicia, tanto en medios locales,
nacionales e internacionales, más crece nuestra frustración al constatar el
desfase entre lo que conocemos, lo que suponemos debería de contribuir a la
solución de los graves problemas dados a conocer y la inoperancia de las
instituciones gubernamentales para asumir las consecuencias derivadas del
conocimiento público de hechos, cifras, relaciones de complicidad, identificación
de responsabilidades y presuntos culpables, que dimensionen el problema
detectado y su impacto en nuestras vidas y sus cotidianeidades. Las emociones,
sentimientos y modos de razonar que detonan esas investigaciones, transforman
nuestra percepción del mundo y redefinen nuestras expectativas sobre lo posible
y lo deseable. Pero ¿qué hacemos con la información que tenemos, si no depende
de nosotros el manejo de las consecuencias legales, penales o administrativas?
Esas
soluciones no le tocan al periodismo de investigación, pero si le compete el
dar cuenta y seguimiento de los efectos que su propia acción informativa
produce. El equipo periodístico de Carmen Aristegui, por poner un caso
afortunado de investigación sobre el conflicto de intereses alrededor de la Casa Blanca del Presidente Peña y su
esposa, nos dio elementos juiciosos, críticos, sobre el perverso círculo entre impunidad
y corrupción que acompaña no solo al Ejecutivo federal, sino a su entorno más
inmediato, lo cual ha repercutido en una mayor observación de todos los cargos
públicos actuales y del pasado. La presidencia de la República ha intentado
diversas medidas para recomponer la confianza en la figura presidencial, pero
la superficialidad de los cambios emprendidos, al negar la independencia debida
de las investigaciones encargadas al amigo-empleado, en la Secretaría de la
Función Pública, ha incrementado la desconfianza sobre los alcances del combate
a la corrupción y la desesperanza sobre el fin de la impunidad.
Se aplazan
cambios importantes como la transformación de la Procuraduría General de la
República en una Fiscalía General y todavía no aparece en el horizonte de la
creación de instituciones, la independencia ciudadana para la fiscalización, al
estilo de un Tribunal de Cuentas, que se apropie del conocimiento y llevarlo a
la denuncia fundada y a los debidos procesos civiles, penales, administrativos
que frenen corrupción e impunidad. Que bueno que investigaciones periodísticas visibilicen
demandas de justicia; buenas y malas noticias, que sepamos que José Murat, ex
gobernador de Oaxaca, tiene propiedades carísimas en Nueva York, o que los
familiares del ex gobernador de Guerrero, Ángel Aguirre, se corrompieron al
calor de su administración, pues mientras que la corrupción esté inmersa en los
aparatos de justicia no hay esperanza de que termine la impunidad. El
periodismo de investigación empuja el sentido de justicia, pero frustra
nuestros deseos de una justa realidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario