viernes, 13 de marzo de 2009

CRECE OPCIÓN ABSTENCIONISTA

Reconocimiento agradecido a los acentos de José Soto

En distintos círculos sociales con los que me relaciono, encuentro un desencanto mayúsculo con los procesos electorales que se avecinan. Los decepcionados, que son la mayoría, tienen claro que no votarán y se preguntan cuál sería la forma más eficaz para politizar su abstención: sumarse a ese abstencionismo pasivo que se calcula en un 65% que no irá a votar, o asistir a la casilla y anular su voto el día de la jornada electoral. Incluso hay quienes se proponen anular el voto de manera diferenciada, votar por tal o cual candidato/a en los casos que el anularlo favorezca al partido gobernante o al que tenga condiciones de asegurarse un voto duro y anular el resto de votos.

Las precampañas aumentaron el descontento y refuerzan la vigencia del abstencionismo activo razonado. Sumarse a la masa amorfa del abstencionismo pasivo termina por despolitizar el descontento; en contraste, si crecen la cuentas del lado de los votos nulos se estructura un mensaje: no nos convence el actual sistema de partidos; no creemos en procesos sesgados para elegir candidaturas; no nos persuaden las políticas públicas que hacen y no vemos que hagan las que hacen falta; no nos favorece su labor legislativa y nos perjudica el desapego de los representantes electos frente al electorado; nuestro voto no tiene poder para castigar malos legisladores ni gobernantes ineptos, como tampoco podemos exigirles que rindan cuentas ni evaluar su desempeño; menos aún podemos exigir la aplicación de consecuencias legales para los malos funcionarios. La complicidad entre poderes abona la impunidad y encarece hasta el absurdo salarios y prestaciones de quienes no reconocen la fiscalización ciudadana.

Es dramático que solamente el 30 o 35 por ciento del electorado potencial tome la decisión sobre quienes nos gobiernen. Es ilegítimo que un partido o candidato/a que obtenga una votación por mayoría, digamos con un buen 40% de los votos válidos, únicamente tenga el respaldo del 12% del total de votantes. Es perverso que el duopolio televisivo promueva implícitamente el abstencionismo pasivo, con el fin de mostrar que sin sus estrategias de mercadotecnia electoral no hay participación ciudadana que valga. Es indignante que los partidos con capacidad de hacerse con votos duros menosprecien la participación electoral ciudadana, pues si las elecciones se ganan con dinero lo que importa es crear lealtades y, mientras menos voten, saldrán más baratas las elecciones pues menos votos habrá que comprar.

Partidocracia reforzada y negociación de cuotas de poder a espaldas de los electores es lo que nos espera si el voto, por pequeña proporción en que se ejerza, favorece al actual sistema de partidos y organismos electorales que le son funcionales. Abstenerse pasivamente es facilitar que la impunidad obtenga legitimidad, por más limitada o abollada que ésta sea. Esa actitud no estructura el descontento. Si en el pasado un alto abstencionismo pasivo obligó a la partidocracia a conceder reformas político-electorales, ahora una manifestación masiva del desencanto político, expresado mediante la anulación del voto, puede repercutir en demandas democratizadoras más profundas que antaño: legislar el umbral de participación necesario para validar unas elecciones; limitar el monopolio de la representación partidaria mediante candidaturas independientes; legislar la reelección de legisladores, presidentes municipales y gobernadores para empoderar al votante; dar substancia a mecanismos de democracia directa e indirecta, mediante la elección de consejos comunales, el Plebiscito y el Referéndum revocatorio; disminuir a la mitad los ingresos de los funcionarios electos, integrantes de organismos públicos autónomos y magistrados de la Suprema Corte de Justicia de la Nación; regular firmemente la participación de los poderes fácticos mediáticos, eclesiásticos o empresariales. Por eso anularé mi voto.

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