viernes, 29 de octubre de 2010

PARADIGMAS SOBRE DESARROLLO ANTE LA CRISIS

Por primera vez en la historia de la humanidad, estamos ante una conjunción y simultaneidad de varias crisis en una. A la par de la crisis financiera originada en mantener la estabilidad macroeconómica financiera a toda costa, persiste una crisis ambiental que se origina en un modelo depredador de recursos renovables y no renovables, principalmente energéticos de origen fósil; se amplían las amenazas de hambruna en países y regiones con economías y agriculturas vulnerables, y los riesgos naturales y urbano-industriales impactan mortalmente a sectores y zonas pobres tanto del norte como del sur del mundo.

Esa triple crisis: financiera, ambiental, energética, que tiene un carácter global y sistémico, representa una crisis de civilización que desvaloriza a la persona y que impide asegurar una estrategia de desarrollo viable, equitativa, incluyente y justa para la humanidad toda. La guerra, el complejo militar-industrial, la violencia generada por el crimen organizado y las estrategias unilaterales militarizadas para combatirlo, se reafirman como dinámicos negocios para los países centrales, las trasnacionales de la muerte y sus aliados nacionales. El caos, la destrucción y muerte que crean produce una era de incertidumbre para el futuro de la humanidad.

Ésta compleja crisis ha golpeado también a los paradigmas socioeconómicos y políticos dominantes, frente a su mostrada incapacidad de generar desarrollo con calidad de vida sustentable, con educación, trabajo, seguridad social y bienestar. Ciertamente, hay una crisis de paradigmas de los modelos de desarrollo, desde una doble perspectiva: por el déficit social que constatamos en su historia y por su incapacidad para dar respuestas viables, confiables, convincentes, para salir o siquiera para enfrentar mínimamente esta crisis global y sistémica.

Desde el origen de la crisis bursátil-financiera de 1994 hasta la triple macro crisis combinada de 2008, se registra una debacle de las propuestas económicas neoclásicas que identificamos con el neoliberalismo. A la par que las estrategias para enfrentar la crisis abren registros contradictorios; por una parte, el pensamiento único trata de imponer sus recetas de “más de lo mismo” y por otra se hacen intentos de reformas al modelo de desarrollo, pero que son insuficientes ante la dimensión estructural de la crisis.

México es un ejemplo de la ortodoxia neoliberal para gestionar la crisis. En este caso, la continuidad con los paradigmas del Consenso de Washington, tanto en su versión original de 1989, como en la versión recargada diez años después, ofrece supuestamente, la mejor manera de enfrentar la época crítica que vive la humanidad. Una buena parte de Latinoamérica sigue esas recetas, pero simultáneamente desde ella emergen críticas a los paradigmas dominantes; algunos intelectuales críticos ubican en esta región el nacimiento de paradigmas de corte post-neoliberal, dado el refuerzo de las capacidades reguladoras del Estado, la recuperación de la agenda de justicia, redistribución del ingreso y de transformaciones radicales en el modelo de desarrollo.

Hay también intentos por construir paradigmas diametralmente opuestos al dominante. Desde la ecología política se propone una crítica demoledora del capitalismo mediante el paradigma de “crecimiento cero”, o de decremento razonado de la producción; “vivir mejor con menos”, una suerte de contra-modelo de desarrollo que es divisa del movimiento ecologista. Sin embargo, en los países periféricos ese paradigma puede significar la legitimación de su atraso y la mistificación de la pobreza.

Otros paradigmas alternativos emergen desde el movimiento social altermundialista. En sus resistencias contra la depredación capitalista, el calentamiento global, la imposición del modelo minero-extractivista, la construcción de represas para la generación de electricidad, o la dotación privilegiada de agua para la creciente industrialización y la agricultura. Evidentemente, necesitamos urgentemente otro paradigma de desarrollo que transforme la crisis en un Estado social del buen vivir.

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