viernes, 8 de marzo de 2013

HUGO CHÁVEZ, PASIÓN POR TRANSFORMAR

Ni santón ni villano. Si alguien desató un tratamiento sesgado en los medios fue el líder de la revolución bolivariana; frecuentemente reducido a una discusión llena de adjetivos descontextualizados, Chávez polarizó la opinión mundial y no era para menos. No debe de asustar la polarización política, pues las grandes transformaciones que se propuso generaron cuestionamientos, a diestra y siniestra, sobre los caminos para cambiar a la sociedad de un país, pero desde la interpelación al mundo, desde la exigencia de un cambio de época que puso en el centro del debate terminar con la desigualdad producto de la polarización social. Su pasión por alcanzar esa transformación le da un lugar destacado en la historia contemporánea, pero hay que salir de visiones maniqueas del todo bueno-todo malo y de falsos dilemas héroe-villano, para comprender aciertos y contradicciones desde la dimensión humana de su legado. Busqué en Internet el número de referencias de los adjetivos discutidos en torno de su liderazgo y encontré que la polémica más socorrida es sobre su talante democrático: 66 millones de registros en inglés y menos de 4 millones en castellano, seguido del interés sobre su figura revolucionaria: casi 49 millones de registros en inglés y menos de 15 millones en castellano. Nótese que el interés sobre estos polémicos adjetivos es de más de 16 veces mayor en inglés, en el caso de la democracia y de 3 veces menor en castellano, en el caso del “Chávez revolucionario”. Cuando Busqué “Chávez dictador”, obtuve casi 5 millones de registros tanto en inglés como en castellano. Para mi sorpresa, porque creía que se trataba de los adjetivos más polémicos, “Chávez populista”, me arrojó casi 2 millones de registros en ingles; un millón en español y “Chávez fascista” aproximadamente millón y medio de registros en cada lengua. Picoteando algunas de esas páginas electrónicas, constaté debates documentados en los temas democracia y revolución, mientras que dictadura, populismo, o fascismo, se acotaron principalmente a la descalificación sin argumentos. Sin duda que Hugo Chávez representa un legado político que sacude los valores que dan por ciertos e inamovibles las democracias occidentales, como una democracia de “resultados”, sin preguntarse sobre los beneficiarios; o una democracia “elitista”, que perdió su sentido popular; o una democracia “representativa”, que delega poderes en partidocracias que amplían brechas entre representantes y representados, en detrimento de una democracia participativa, con instrumentos directos que empoderen a la ciudadanía. Igualmente, el imaginario revolucionario como motor de transformaciones radicales despierta expectativas entre los excluidos, donde renacen esperanzas por ser protagonistas visibles de la nueva República. En 1992, Chávez se subleva contra la masacre de más de tres mil venezolanos; su intentona golpista fue en reacción al gobierno represivo de Carlos Andrés Pérez. Tras de dos años de prisión, el gobierno de Rafael Caldera le concede amnistía, y Chávez funda el Movimiento V República, que recoge el malestar ciudadano frente a burocracias partidarias corruptas y elites criollas corruptoras que tenían postrada a la República. Chávez gana las elecciones de 1998 con el 56 por ciento, en coalición con el Polo Patriótico, y encabeza desde entonces la tarea titánica de refundar la comunidad política. Convoca a una Constituyente pacífica cuyo enraizamiento y legitimidad enmarcaron catorce años de amplias transformaciones económicas y sociales, que no estuvieron exentas de dificultades y contradicciones: quince elecciones, incluida una consulta revocatoria del mandato que gana y dos referendos que pierde; concentración del poder en el Ejecutivo y predominancia de militares en los gobiernos estatales chavistas. Éxitos económicos y persistente dependencia de la renta petrolera. Lejos de dictaduras, populismos o fascismos, Chávez inaugura transformaciones sociales inéditas.

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