Si alguien cree que la reunión de presidentes de los tres países de América del Norte, el 9 y 10 de agosto próximos en Guadalajara, no tiene relación con nuestras vidas cotidianas y con el futuro inmediato que éstas tomen, se equivoca. Para que la economía estadounidense se convirtiera en la máquina de arrastre más poderosa del mundo, necesitó primero subordinar a su principal socio comercial, Canadá, y luego, con la experiencia relativamente exitosa que significó el tratado de libre comercio con ese país, el gobierno estadounidense involucró a México en un tratado similar entre los tres países de América del Norte. En el TLCAN, Washington hizo una apuesta por la seguridad energética, al obligar a sus dos vecinos, que eran además sus dos principales proveedores de petróleo, a abastecer su siempre creciente demanda del energético.
La apuesta de la “diplomacia comercial” del Coloso del norte, fue también por dinamizar sus intercambios comerciales; con el TLCAN vendió más mercaderías manufacturadas que produce con menores costos, gracias en buena parte al bajo pago que se hace a migrantes documentados e indocumentados, y compró mercancías a bajo costo en todo el mundo, pero principalmente a sus dos socios norteamericanos a quienes obligó a entrar en el marco de productividad y competitividad de economías exportadoras cuya vanguardia lleva por mucho Estados Unidos. Así sucedió también con los servicios, particularmente los financieros; con las actividades agropecuarias y con cuanta actividad entró al TLCAN. A diez años de haber firmado ese tratado, los estrategas del libre comercio reconocían que les había sido favorable, pero la competencia con unas pujantes economías asiáticas y con la Unión Europea, además de la emergencia de China, como potencia económica, hizo que la diplomacia comercial estadounidense afinara su “alianza” norteamericana.
En 2005, los entonces presidentes de México y Estados Unidos, Vicente Fox y George W. Bush, y el Primer Ministro de Canadá, Paul Martin, firmaron la Alianza para la Seguridad y la Prosperidad de América del Norte (ASPAN), en Waco, Texas. En las reuniones anuales de esta Alianza, se han decantado los objetivos perseguidos principalmente por Estados Unidos. Se entiende la prosperidad como la ampliación del modelo económico basado sobre los principios neoliberales de la estabilidad macroeconómica a toda costa, notablemente del sector financiero; como la profundización del modelo exportador y privatizador, en lo que destacó el puntual cumplimiento del gobierno y de los empresarios exportadores mexicanos.
A pesar de que en México no prosperó el empleo con el TLCAN, aunque si progresaron las empresas oligopólicas exportadoras, se hundieron miles de pequeñas, medianas y microempresas no exportadoras. Sin embargo, la ASPAN impulsa una suerte de TLCAN-Plus, pero ahora apoyado en decisiones vinculantes entre los tres Ejecutivos norteamericanos, que no se someten a sus poderes legislativos respectivos y que acuerdan con las cúpulas empresariales de los tres países, de manera protagónica con el Consejo para la Competitividad de Norteamérica (NACC, por sus siglas en inglés), representada por 10 grandes empresarios de cada país.
La prosperidad también supone la participación social en la ASPAN, pero esta Alianza no ha mostrado capacidad de escucha. Frente a esa participación simulada, un vigoroso movimiento altermundista cuestiona las raíces neoliberales del modelo que propugna la ASPAN y propone varias medidas que podrían favorecer a México: la renegociación del TLCAN, particularmente en la sustitución del capítulo agropecuario por un acuerdo de cooperación y complementación para el desarrollo agroalimentario y rural de América del Norte; la renegociación del capítulo energético del TLCAN, con miras hacia una nueva matriz energética sustentable. Así como transparencia y rendición de cuentas en negociaciones y acuerdos tomados en las reuniones de la ASPAN, como la que habrá próximamente en Guadalajara.
viernes, 31 de julio de 2009
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