A pesar del protagonismo partidista en la vida política del país, no se traslucen vínculos entre el sistema de partidos, la sociedad y el gobierno que sean prometedores de una democratización siquiera del régimen político, vamos ni siquiera mejoras en la vía electoral que propicien vida democrática. El proceso electoral del Estado de México evidencia limitaciones y debates no resueltos que sigue enfrentando el sistema político mexicano. La fragilidad de los consensos unitarios del PAN, que tiene una estructura partidaria unificada pero que no llega a establecer reglas suficientemente democráticas para la elección de su candidato presidencial; la unidad artificial del PRI, donde no todos se pliegan a la idea del candidato único y varios están al acecho del primer ataque contra el claro y definido candidato de unidad.
El peor de los escenarios lo tiene el campo de la izquierda partidaria, por su división en torno de las alianzas con Acción Nacional, por la cerrada competencia de liderazgos con fuertes arraigos entre las bases militantes del PRD, lo cual se mezcla con el impacto de la candidatura de López Obrador, que se viene construyendo desde hace prácticamente once años, al abrirse potencialmente la alternancia en el gobierno federal. Con una paciente organización de su electorado, que ya alcanza más de 40 mil comités de base en el país, con un hábil manejo de los intersticios abiertos por el pluralismo partidario de izquierda: el Partido del Trabajo y Convergencia, AMLO ha oscilado entre la creación de un contrapoder institucional y la estrategia independiente de la Presidencia Legítima, con lo cual ha logrado el proyecto de país con mayor arraigo de ese campo de izquierda.
En el centro del país se juega sin embargo el futuro próximo de ese sistema político bifronte: partidos unidos con capacidad para disciplinar las disidencias internas y liderazgos con rivalidades ya manifiestas en el campo de la izquierda partidaria. El Estado de México es un detonante geopolítico, porque quien conquiste la entidad con el mayor número de electores ganará el escalón más importante para llegar a la Presidencia de la República. Mientras el PRI gana cohesión interna alrededor del estado de su candidato presidencial, Acción Nacional muestra sus flancos débiles frente a un electorado mayoritariamente pobre que no atrae, pues no cuenta con líderes que hagan cambiar su imagen elitista, clasemediera. Evidentemente, la principal prueba es para el campo de la izquierda que llega sin un partido que convoque consensos, a punto de desmembrarse, polarizado entre la inacción electoral que incluso quisiera aplazar hasta 2018 la contienda presidencial, con Cuauhtémoc Cárdenas, y la prueba de fuerza entre Marcelo Ebrard y AMLO por conquistar el bastión geopolítico del México central.
El juego electoral de 2012 va, no obstante, más allá de la competencia por la presidencia del país. Alrededor del resto de puestos que se elegirán hay estrategias nuevas entre los competidores: la formación de organizaciones sociales civiles intermedias, con las que se pretende ganar una base de movilización que dé cabida a candidatos con proyectos personales no necesariamente coincidentes con las burocracias partidarias. Frente a ello, la reforma político-electoral no ofrece un rumbo para revalorizar las precampañas y democratizar la vida interna partidaria, es incapaz de regular poderes fácticos constituidos y menos a los ligados con el crimen organizado, no tiene propuestas viables para acotar la partidocracia, ni para reforzar la Presidencia por falta de una cultura parlamentaria; tampoco hay consensos gubernamentales en torno de los alcances de la reforma calderonista, ni candidaturas ciudadanas ni reformas de segundo piso con formatos participativos. Unas elecciones en tiempos de guerras internarco, interpartidarias, sin reforma político-electoral, incrementarán el desencanto.
viernes, 25 de febrero de 2011
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ResponderEliminarCoincido Jaime… es una análisis que aparenta ser visceral pero estrictamente necesario, pues responde a la circunstancia política del país. La lectura de la partidocracia que haces es muy atinada y deja a un lado los optimismos ciegos que no terminan por reconocer la necesidad del "agotamiento" como un llave que empuja a la necesidad de otra política, de una reestructuración del sistema político por otro/as actores. Además, leo que ese incremento del desencanto es más una sustancia para la construcción (y no la inmovilidad) de nuevas posibilidades del quehacer político, tanto en los márgenes como en el debate dentro de las instituciones de poder (ambos son flancos necesarios quizá)… todos los debates, dentro y fuera, son los que hacen la gran fractura, y en ella no dejo de reconocer que se dibuja la urgencia de una asamblea constituyente… ¿será?
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